- El diálogo no es una conversación. Las conversaciones reales están llenas de pausas incómodas, de malas elecciones de palabras y expresiones, de frases sin acabar, de repeticiones sin sentido; rara vez se plasma una idea o se consigue cerrar una frase. El hablar tiene menos que ver con comunicar que con la función Fáctica en Jakobson: dar señales de que el canal de comunicación está abierto.
- El diálogo en pantalla exige limitaciones y economías. Debe decir lo máximo con el menor número de palabras posible. Madeline Di Maggio: “El diálogo es preciso, conciso y despiadadamente corto”
- El diálogo debe seguir una dirección. Cada intercambio en el diálogo debe cambiar los golpes de efecto de la escena en una dirección o en otra a lo largo de los cambiantes personajes.
- El diálogo debería tener un objetivo. Cada línea o intercambio ejecuta un paso en el diseño que hace crecer y cambiar la escena alrededor de un punto de inflexión.
- Y toda esa precisión debe sonar a charla normal, con vocabulario informal y natural. Escribió Aristóteles: “Hablar como hablan las personas normales pero pensando como lo hacen los sabios”.
- Una película no es una novela: el diálogo se escucha y después se desvanece. Lo que no se haya entendido allí no se entenderá más.
- El diálogo en la pantalla exige frases cortas y de construcción sencilla.
- Debemos leer nuestros diálogos en voz alta para evitar trabalenguas, rimas, aliteraciones, etc.
- En el diálogo hay reacción: un personaje puede reaccionar ante sí mismo, ante sus propios pensamientos y emociones. Eso también forma parte de la dinámica de la escena.
- Cuanto más diálogo escribamos, menos efecto tendrá. Un buen ejercicio antes de escribir el diálogo en una escena es pensar si habría alguna manera de escribirla sin diálogos. Las imágenes son siempre nuestra primera opción.
- Un buen diálogo funciona a dos niveles: lo que se dice y lo que en realidad se quiere decir, el subtexto.